Demasiado Optimismo es peligroso, apostemos por el Realismo

Cada día aumentan los mensajes en TODAS las redes sociales acerca de lo importante de ser optimista ante cualquier situación, condición o problema que enfrentamos en la vida; con ello, tu condición, tu problema, hasta tu enfermedad mejorará positivamente.

Yo mismo, soy un convencido de que

“la actitud positiva es una decisión, no una condición”.

Sin embargo, estamos cayendo en una vorágine simplista y, debo decirlo, irracional; acerca del supuesto “poder del pensamiento positivo”. Las personas, al menos una inmensa mayoría, verdaderamente creen que, con desearlo, las cosas van a ser mejores; dejando de lado las acciones, esfuerzos, incluso la responsabilidad; para contribuir a la mejoría que esperan.

Peor aún, cuando las cosas no resultan como lo deseaban, su actitud y entusiasmo dan un giro de 180 grados y caen en la depresión y pesimismo exacerbado; provocando, sin quererlo, aquello que tanto temían y deseaban que no sucediera.

Por esa razón, he decidido compartir contigo esta reflexión, que seguramente, no es lo que estamos acostumbrados a compartir; pero que, seguramente, será un contrapeso de las visiones exageradas acerca del optimismo… prepárate para una dosis de realidad.

Unas notas acerca del optimismo y el pesimismo

El optimismo es la creencia de que tenemos los medios para solventar nuestros problemas sean los que sean. Por contra, el pesimismo es la creencia de que no tenemos los medios para resolver estas dificultades. La persona optimista piensa que las cosas van a salir bien, lo que hace que lo intente con ánimo, en tanto la persona pesimista piensa que las cosas saldrán mal haga lo que haga, por lo que a fin de cuentas no merece la pena esforzarse.

Es importante ver que tanto optimismo como pesimismo son creencias, esto es, no corresponden tanto a los hechos como a la manera en la que nos enfrentamos a tales hechos. No es por tanto automático que los optimistas sean personas a las que les haya ido bien en la vida y los pesimistas al contrario. Hay personas con un optimismo a prueba de bomba, en tanto otras se deprimen a la primera dificultad.

El psicólogo Martin Seligman estudió con mucha profundidad el optimismo y el pesimismo. Seligman intentó averiguar cómo cambiaban estas creencias la vida de la gente. Uno de sus mas interesantes experimentos es el que llevo a cabo en el seno del equipo olímpico americano, con un nadador que se llama Matt Biondi. Pues bien, las conclusiones a las que llego Seligman es que las personas optimistas tienen una serie de características;

  • Persisten en ir tras la meta, a pesar de los obstáculos y contratiempos.
  • No operan por miedo al fracaso, sino por esperanza de éxito. (es decir, se centran más en las oportunidades que en las amenazas).
  • Consideran que los contratiempos se deben a circunstancias manejables, antes que a fallos personales.

Una de las diferencias fundamentales es que las personas optimistas y las pesimistas tienen distintas formas de enfrentarse al fracaso. Cuando a un optimista las cosas le salen mal piensa que es porque se ha equivocado en algo, de modo que lo único que tiene que hacer es detectarlo y seguir adelante; así nunca pierde la esperanza. Cuando a un pesimista las cosas le salen mal por contra no piensa que sea un error, sino que se debe a algo que es incapaz de modificar, como una característica personal, lo que disminuye sus ganas de volver a intentarlo.

Por ejemplo, si un optimista suspende un examen se dirá algo así como “no estudié lo suficiente. El próximo estudiaré mas”. Pero si un pesimista suspende se dirá algo así como “Soy un desastre, no merece la pena ni que lo intente”. Es interesante ver que todo se reduce a la forma en la que hablamos con nosotros mismos.

Pero, ¿Qué pasa cuando el optimismo es demasiado?

El optimismo, dice Barbara Ehrenreich, es ahora una obligación. Se insiste en que la gente no se queje, no proteste o no ponga trabas; importa no tanto cambiar la realidad, sino nuestra actitud hacia ella, y si piensas positivamente, todo se convierte en positivo. Esto tiene varios problemas:

  • En primer lugar, no es realista. Tener una visión infundadamente optimista de las cosas puede llevar a la gente a cometer errores tremendos. Llamar la atención sobre las cosas que van mal puede convertir a alguien en “aguafiestas”, pero avisar de lo que puede salir mal también es prudente. La psicología positiva encuentra éxito en apelar al narcisismo y a la ilusión infantil de omnipotencia de la gente con estas frases de Mr Wonderful que apelan a la importancia y el poder de cada uno (“Si puedes soñarlo puedes hacerlo”, “cuando deseas de verdad algo el universo conspira para que consigas tu deseo”). Cualquier persona adulta sabe que la vida no te va a conceder siempre lo que deseas, y que tendremos que lidiar con la frustración de tanto en cuanto.
  • En segundo lugar, es injusto. Cuando alguien tiene un problema real, es irrespetuoso decirles que la solución está en cambiar su manera de pensar. Y es injusto criticar a la gente que está triste o enfadada calificando estas emociones como negativas, pues en algunos casos estas emociones tienen perfecto sentido y las personas tienen perfecto derecho a sentirlas.
  • En tercer lugar, es ideológico. El pensamiento positivo insiste en decirle a la gente que sus problemas (pobreza, desempleo, etc) tienen solución si cambian de actitud, y que eso y solo eso es lo que tienen que cambiar. Esto les convierte en responsables de su felicidad y les distrae de plantear una solución política, es decir, juntarse con otras personas para plantear una realidad diferente. Esto es por ejemplo lo que se hace cuando en una situación de despidos e inseguridad laboral se repite el mantra “una crisis es una oportunidad”, para que la gente se conforme y no pregunte cuáles son los causantes y los beneficiarios de esa crisis. Es evidente que no es lo mismo un mundo donde se le dice a la gente que se puede hacer rica si quiere, que un mundo donde la gente se plantee por qué no puede salir de pobre. El pensamiento positivo es de este modo una forma de control social.

El optimismo exagerado es peligroso

Imagínate que he puesto un negocio, pero la cosa va mal. Al principio es bueno que sea optimista y tenga fe en mis posibilidades, y que siga invirtiendo tiempo y esfuerzo. Un optimismo moderado puede conducir al éxito. Pero pongamos que la situación es verdaderamente mala, nos hemos equivocado en el momento, el lugar, el tipo de negocio, lo que sea. Llegará un momento que, si mantengo contra viento y marea un optimismo exagerado, y pido por ejemplo préstamos elevados contando con una buena evolución que tal vez no se produzca nunca, estoy arriesgando mi futuro y el de mis hijos. Precisamente en esos momentos lo que necesito es quitarle el decorado al mundo y ver lo que hay detrás…en ese momento justo lo que necesito es deprimirme, quitarme las gafas color de rosa para ver realmente dónde estoy.

Una nueva corriente de investigación ha encontrado que el pensamiento positivo tiene sus límites e incluso acarrea sus propios obstáculos.

Es lo que argumenta Gabriele Oettingen, profesora de psicología de la Universidad de Nueva York y autora de Rethinking Positive Thinking: Inside the New Science of Motivation («Repensar el pensamiento positivo: dentro de la nueva ciencia de la motivación»).

Oettingen dice que cuando comenzó a estudiar el pensamiento positivo descubrió que la energía, medida por la presión arterial, baja cuando las personas generan fantasías felices sobre su futuro.

 El problema es que (las personas que piensan positivamente) no suben su energía para cumplir sus deseos»

En sus estudios Oettingen encontró, por ejemplo, que tras dos años de fantasear sobre la obtención de un empleo, los graduados universitarios de su muestra terminaron ganando menos dinero y recibiendo menos ofertas que los egresados que tenían más dudas y preocupaciones al principio.

Y esos graduados optimistas también enviaron menos solicitudes de empleo.

«Fantasean sobre eso y entonces se sienten realizados y relajados», señala Oettingen, pero pierden la motivación necesaria para esforzarse y lograr que sucedan las cosas.

Especializada en orientación profesional, la psicóloga británica Nimita Shah dice que frecuentemente las personas se sienten frustradas por no poder manifestar sus deseos y luego se sienten culpables por tener pensamientos negativos, creyendo que ese pesimismo es parte del problema.

«Es parecido a tener una dieta rápida de efecto inmediato», dice Shah. Fantasear sobre el futuro puede ayudar a crear un impulso a corto plazo pero «a la larga hace que la gente se sienta peor».

La paradoja de Stockdale

El nombre de la paradoja de Stockdale procede del almirante James Stockdale, el prisionero estadounidense de mayor rango de la guerra del Vietnam. Lo mantuvieron cautivo en el “Hanoi Hilton” y lo torturaron repetidamente durante 8 años. El concepto, finalmente, fue popularizado por el escritor Jim Collins en su libro Empresas que sobresalen.

Stockdale explicaba qué clase de prisioneros eran los que más fallecían en Vietnam. Según Stockdale eran los prisioneros más optimistas. Los que no paraban de repetir: “tranquilos, saldremos de aquí, ánimo, en Navidad ya estaremos en casa.” Entonces llegaban las Navidades y la previsión no se cumplía. Pero entonces su previsión saltaba a otra fecha. Tampoco se cumplía. Y llegaban otras Navidades. Y entonces el prisionero, el «Señor Positivo», se rendía porque descubría que sus previsiones se incumplían sistemáticamente.

La paradoja de Stockdale pone de manifiesto que es tan importante tener fe en sobrevivir como saber acatar con disciplina los hechos más brutales que se avecinen. De lo contrario, demasiado optimismo puede favorecer que nos decepcionemos con frecuencia, entrando en una especie de montaña rusa emocional, de subidas y bajadas demasiado abruptas, levantando esperanzas y asistiendo a su desplome, una y otra vez, hasta que quemamos hasta la última brizna de optimismo.

Fuentes: XATAKA, BBC Mundo, Blogs: La Clase Media, Evolución y Neurociencias, Odin Dupeyron

La (nueva) Fórmula de la Felicidad

En este mundo del siglo 21, en donde el cambio; la confrontación de ideas y creencias; la diversidad, en todas sus expresiones;  la desigualdad económica; la violencia, en todas sus formas; y tantos aspectos que hacen que la vida sea una vorágine interminable; la búsqueda de fórmulas o recetas mágicas para ser felices es una necesidad permanente de la humanidad.

La Felicidad ha sido tema y enfoque de innumerables autores; existen muchas expresiones para definir una fórmula de la Felicidad; desde las más simplistas, hasta las más elaboradas. Sin embargo, existe un factor común: la Felicidad depende de la forma en que cada persona enfrenta su realidad.

Tal y como lo señala Mo Gawdat, ingeniero de profesión y directivo de Google, 

“La felicidad no es lo que el mundo te da, sino lo que piensas sobre lo que el mundo te da”. 

Gawdat llevaba años trabajando en una ecuación que explicara la Felicidad y la puso en práctica en el momento más crucial de su vida: la inesperada muerte de su hijo Ali de 22 años durante una cirugía de apéndice que se complicó. La terrible experiencia y la forma en que enfrentó la tragedia, aplicando su fórmula de la felicidad, la comparte en su libro Solve For Happy.

Para desarrollarla, enumeró todos los elementos que le hacían feliz y trató de hallar un punto en común entre ellos. “La única cosa en común entre todos esos momentos es que somos felices cuando parece que la vida sigue a nuestra manera”, explica al periódico The Independent. Después, dio con la fórmula matemática:

La fórmula de la felicidad, propuesta por Mo Gawdat, es igual o mayor que los acontecimientos de su vida menos su expectativa de cómo debería ser la vida.

El directivo de Google relaciona la infelicidad de algunas personas con la manera en que se analizan los acontecimientos de nuestra vida. Su teoría contempla que hay seis ilusiones que impiden una visión real del mundo: el pensamiento, el yo, el conocimiento, el tiempo, el control y el miedo. Además, identifica siete puntos que nos hacen percibir una realidad distorsionada: filtrar, asumir, atrapar, recuerdos, etiquetas, emoción y exagerar.

Cuando estos elementos son replanteados en la ecuación, “empiezas a darte cuenta de que la vida, en realidad, cumple nuestras expectativas”, señala Gawdat. Para alcanzar la felicidad también es necesario aceptar cinco verdades: el ahora, el cambio, el amor, la muerte y el ‘gran diseño’ (la creencia de que la vida sigue patrones, de manera que nada es aleatorio). Así, la fórmula matemática definitiva de la felicidad es la diferencia entre la manera en que un individuo ve los acontecimientos de su vida y su expectativa de cómo debería ser su vida.

Seguramente está no será la última fórmula que trate de explicar la Felicidad; sin embargo el enfoque de Mo Gawdat es simple, práctico y, tiene un factor que lo hace único, surge del amor de un padre hacia su hijo.

¿Cuántas fórmulas de la Felicidad conoces?